miércoles, 1 de agosto de 2012

Albert Mohler: Oscura noche en Denver: buscando respuestas a tientas


Oscura noche en Denver: buscando respuestas a tientas

Albert Mohler

Las noticias alcanzaron las ondas de radio como una avalancha repentina y se empezó a asumir la verdad. Había vuelto a ocurrir. Esta vez, cincuenta personas habían sido abatidas a tiros mientras asistían al estreno de medianoche de la última entrega de la serie Batman “El caballero oscuro: la leyenda renace”. Según los informes de prensa, un hombre de veinticuatro años irrumpió en el abarrotado cine, portando una máscara antigás y llevando todo un arsenal consigo. Tras utilizar lo que parecía ser gas lacrimógeno, abrió fuego con una escopeta, un rifle y dos revólveres. El resultado fue de al menos doce muertos y docenas de heridos, muchos de ellos en estado crítico.

Más de cien agentes de policía se personaron en la escena de Aurora, a pocos kilómetros de la Columbine High School, donde dos alumnos de esta escuela secundaria asesinaron a doce compañeros de estudios y un profesor en un tiroteo en el que otros veintiún alumnos salieron heridos. Esta masacre escolar marcó un hito en el legado de violencia de esta nación. Ahora, un nuevo suburbio de Denver se añade a esta trágica lista.

El inevitable enjambre de medios se centra primeramente en los datos: las preguntas sobre quién, qué, cuándo y dónde. A continuación, y junto con el público en general, empiezan a cavilar sobre el por qué. Esta parte suele ser siempre la más difícil.

La misma pregunta desconcertante e ineludible vuelve a surgir cada vez que ocurre un suceso parecido al de Columbine o que un Anders Behring Vreivik intenta justificar su homicidio en masa. ¿Cómo pudo ocurrir algo así? ¿Cómo puede un ser humano hacer semejante cosa?

No existe una respuesta fácil a esta interrogante. Las contestaciones sencillas nunca satisfacen y, por lo general, se basan en el confuso cálculo moral de la cultura popular. Suponemos que debe haber un motivo político, un trastorno siquiátrico, una presión sicológica… cualquier cosa que proporcione una explicación satisfactoria que nos convenza. Se ofrecen oleadas de análisis y, algunas veces, de ellos emergen algunos indicios espeluznantes. Pero, en realidad, la locura moral de un homicidio en masa no se puede explicar jamás.

El instinto lleva a los cristianos a pensar en términos bíblicos y teológicos. ¿Pero cómo se debería guiar a ese instinto?

La realidad de la maldad humana

En primer lugar, los cristianos saben que el corazón humano es capaz de la mayor maldad. La historia del hombre incluye todo un catálogo de horrores. El historiador Eric Hobsbawm describe el siglo XX como el de la “megamuerte”, e incluye una lista de nombres entre los que figuran Adolf Hitler, Josef Stalin, Pol Pot y Charles Manson. Pero aquellos asesinos cometieron sus asesinatos a distancia, al menos en la mayoría de los casos. Quienes perpetran los homicidios personalmente nos inquietan aún más. El joven de veinticuatro años arrestado en el caso que comentábamos al principio, James Holmes, hace gala de una normalidad que desarma.

La Caída desató la maldad moral humana en el cosmos, y todos los seres humanos sin excepción son pecadores, tentados por toda una amplia gama de pecados. Cuando alguien comete un acto tan aparentemente impensable como este, solemos preguntarnos cómo puede alguien hacer algo así. El profeta Jeremías habló de ello cuando se lamentaba: «Más engañoso que todo, es el corazón y sin remedio; ¿quién lo comprenderá?» (Jer. 17:9).

Los seres humanos son capaces de una maldad moral indescriptible. Este tipo de atrocidades nos chocan, pero solo porque nos hallamos a cierta distancia de la última. Cuando los seres humanos cometen una maldad moral monstruosa, nosotros no podemos darnos el lujo de sorprendernos, porque nos dice la verdad sobre el desenfrenado pecado del hombre.

La gracia de la compostura moral

En segundo lugar, debemos estar agradecidos por las restricciones con respecto a la maldad moral. Los cristianos no podemos subestimar el potencial de ningún ser humano —incluidos nosotros mismos— para cometer un horror moral. Sabemos que somos pecadores y que somos capaces de consumar pecados que, en realidad, no llevamos a cabo. ¿Por qué no lo hacemos?

Dios frena la pecaminosidad humana. Si permitiera que se desatara el pecado humano en toda su plenitud, la humanidad se destruiría a sí misma. Dios aplica esta restricción por distintos medios. En primer lugar, nos ha creado a su imagen y una parte de ella, al menos, es lo que llamamos conciencia. La razón moral es una limitación poderosa frente a la maldad del hombre y, por ello, debemos sentirnos tremendamente agradecidos. Al mismo tiempo, la conciencia humana también se ve pervertida por la Caída y ya no se puede confiar por completo en ella. Hemos desarrollado la capacidad de ignorar nuestra conciencia, torturarla e incluso dirigirla erróneamente mediante la racionalización moral. No obstante, el freno de la conciencia es fundamental y debemos agradecer enormemente su existencia.

Dios ha establecido, también, instituciones y órdenes que restringen la maldad humana. Como nos recuerda el apóstol Pablo en Romanos 13, Dios nos ha proporcionado la institución del gobierno para que pueda frenar la maldad y castigar a los malhechores. Asimismo, nos ha dado la institución del matrimonio, la familia y, a un nivel más amplio, la sociedad con este mismo fin. Estamos rodeados por toda una serie de leyes, estatutos, expectativas sociales y asociaciones cívicas. Todo esto funciona para refrenar el mal.

En la base de estas restricciones se encuentra el temor de Dios que, aun en una sociedad que va siendo cada vez más secular, sigue reteniendo una fuerza más poderosa de la que se suele reconocer.

La cruz: la respuesta a la maldad

En tercer lugar, debemos admitir que no habrá una respuesta totalmente satisfactoria a estas preguntas en esta vida. Los cristianos saben que Dios es soberano y que nada escapa a su control. Asimismo, somos conscientes de que Él permite que la maldad exista, y que los seres humanos cometan atrocidades morales. No podemos permitir que se niegue la soberanía de Dios y se atribuya a la maldad una existencia independiente. Tampoco podemos rechazar la realidad del mal ni restar importancia al horror de su amenaza. Se nos recuerda que la maldad solo puede recibir respuesta mediante una cruz.

El teólogo Henri Blocher explica esta verdad de forma gráfica con estas palabras:
«La maldad se vence como tal, porque Dios la vuelve contra sí misma. Convierte el crimen supremo, el asesinato de la única persona justa, en la operación misma que suprime el pecado. Esta maniobra no tiene precedente alguno. No se podría imaginar una victoria más completa. Dios responde de la forma indirecta perfectamente adecuada a la ambigüedad del mal. Atrapa al engañador en sus propias artimañas. La maldad, como si de un yudoca se tratara, se aprovecha del poder del bien, y lo pervierte; el Señor, como campeón supremo, responde mediante la misma llave del oponente».
Debemos dolernos con los que sufren. Hemos de orar para que haya iglesias del evangelio en la zona de Denver que sientan el llamamiento de un ministerio urgente. Tenemos la obligación de orar por nuestra nación y nuestras comunidades. Y debemos orar para que Dios nos guarde del mal, en especial de nuestra propia maldad. Y hemos de señalar la cruz. ¿Qué otra respuesta podríamos dar, sino?

Este artículo se publica con permiso. Fue escrito por el Dr. Albert Mohler y publicado en su sitio web el día 20 de julio de 2012. Traducción de IBRNB.

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