La Escritura no dice nada acerca de un modelo requerido de entierro ya sea para creyentes o no creyentes. Sin embargo, enterrar el cuerpo era una práctica común entre israelitas en el Antiguo Testamento y cristianos en el Nuevo. Había algunas excepciones: la gente decidió incinerar a Saúl y Jonatán y después enterrar sus cenizas porque sus cuerpos habían sido mutilados por los filisteos (1 Samuel 31:8-13). En otra instancia, Acán y su familia fueron incinerados después de haber sido ejecutados por pecar contra Israel (Josh.7:25).
Obviamente, cualquier cuerpo enterrado eventualmente se descompondrá (Ecc. 12:7). Por lo tanto la incineración no es una práctica extraña o mala - simplemente acelera el proceso natural de oxidación. Un día, el creyente recibirá un nuevo cuerpo (1 Cor. 15:42-49; 1 Tes. 4:13-18; Job 19:25-26), por lo tanto el estado de lo que queda del viejo cuerpo no importa.
Las imágenes de la resurrección de Cristo ilustran el entierro y después la resurrección de entre los muertos (Ro. 6:3-5; 1 Cor. 15:3-4). Es por eso que muchos cristianos prefieren el entierro a la incineración, para mantener una semejanza con el entierro de Cristo (a pesar de que literalmente, Él no fue enterrado sino colocado en una cueva).
Como cristianos, no tenemos que enfocarnos en cómo desechar nuestros cuerpos terrenales, sino que necesitamos enfocarnos en que un día cuerpos nuevos serán creados para nosotros, tal como el glorioso cuerpo de resurrección de nuestro Señor (vea Fil. 3:21; compare Lucas 24:30-40; Juan 20:19, 26; 21:1-14; y Hechos 1:1-9 para tener una idea de qué anhelar). ¡Esa transformación será eterna!
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