Reservamos esta mañana del año para refrescar la memoria del lector sobre el asunto de las oraciones a favor de los pastores, e imploramos muy encarecidamente a cada familia cristiana que cumpla con el ferviente pedido del texto, formulado primero por un apóstol, y ahora repetido por nosotros.
Hermanos, nuestra obra es de trascendental importancia e implica el bienestar o la calamidad de miles. Nosotros, en nombre de Dios, tratamos con las almas sobre asuntos eternos, y nuestra palabra es olor de vida para vida y olor de muerte para muerte. Una grave responsabilidad descansa sobre nosotros, y no será una insignificante gracia si somos hallados libres de la sangre de todos los hombres.
Como oficiales del ejército de Cristo somos blanco principal de la enemistad de hombres y demonios, que esperan nuestra vacilación y se afanan por tomarnos del calcañar. Nuestra sagrada vocación nos coloca en tentaciones de las que vosotros estáis exentos; sobre todo, nos suele apartar de nuestro goce personal de la verdad y nos lleva a una consideración ministerial y oficial de la misma. Hemos de hacer frente a muchos asuntos difíciles, y nuestra razón no sabe que decir. Observamos con tristeza a los que vuelven atrás, y nuestros corazones se sienten heridos; vemos perecer a millones, y nuestros espíritus se abaten. Deseamos serviros con nuestra predicación y ser una bendición para vuestros hijos; ansiamos ser útiles: a creyentes y a pecadores; interceded, pues, por nosotros ante Dios. Somos miserables sino podemos contar con vuestras oraciones, pero somos felices si vivimos en vuestras súplicas.
No esperéis de nosotros las bendiciones espirituales, sino del Maestro; si bien muchas veces El dio esas bendiciones por medio de sus ministros. Pedid, pues, frecuentemente que seamos los vasos de barro en los cuales el Señor ponga el tesoro del Evangelio.
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