¿Es acaso que Dios decide pasar por alto nuestra culpabilidad y decretar una amnistía? ¡De ninguna manera! La justificación y la amnistía no son sinónimas. Cuando se proclama una amnistía se está pasando por alto un mal proceder y renunciando llevar el caso a la justicia (esta palabra proviene del griego amnestia que significa “olvido”). Pero si Dios hiciera algo así estaría actuando en contra del más elemental principio de justicia establecido por Él mismo:
“El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación a Jehová” (Pr. 17:15). Dios no puede hacerse de la vista gorda en lo que respecta a nuestros pecados, porque de hacerlo así dejaría de ser justo; y si Dios dejara de ser justo dejaría de ser Dios.
Sin embargo, en Rom. 4:5 Pablo dice claramente que “Dios justifica al impío”. ¿Cómo puede Dios hacer eso, declarar justo a un culpable, y al mismo tiempo seguir siendo justo? Imputándole a Cristo nuestros pecados, e imputándonos a nosotros la justicia perfecta de Cristo por medio de la fe.
Y aquí hemos introducido otro término teológico que necesita ser explicado: la palabra “imputación”. Esa es la traducción literal de la palabra que RV traduce como “contada” en Rom. 4:3: “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”.
El significado básico de este término es “poner en la cuenta de alguien o acreditar”. Cuando un niño hace algo malo, y luego le dice al padre que fue su hermano quien lo hizo, él está imputándole su falta a su hermano.
Una de las ilustraciones más hermosas de imputación del Nuevo Testamento la encontramos en la carta de Pablo a Filemón. Allí se trata el caso de un esclavo llamado Onésimo, el cual había escapado de su amo, y muy probablemente después de haberle robado.
De una manera providencial este esclavo se topa con Pablo en Roma, quien le predica el evangelio. Onésimo se convierte, y ahora Pablo lo envía de vuelta a su amo pidiéndole en una carta que lo reciba de nuevo, ya no como un esclavo, sino como un hermano en Cristo.
“Y si en algo te dañó, o te debe – le dice Pablo en el versículo 18, ponlo a mi cuenta” (la misma palabra de Rom. 4:5). Pablo le pide a Filemón que la deuda de Onésimo se la imputara a él. Y eso es precisamente lo que hace Dios con el pecador cuando éste deposita su fe en Cristo.
En la cruz del calvario todos nuestros pecados le fueron imputados a Cristo, de manera que Él pagó por ellos como si Él mismo los hubiera cometida; y al mismo tiempo la justicia perfecta de Cristo nos fue imputada o puesta en nuestra cuenta: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2Cor. 5:21).
Nosotros pecamos, y Él es castigado; Él vive una vida perfecta de justicia, y nosotros somos tratados por Dios como si fuéramos justos. Por eso alguien decía que Cristo no sólo murió por nosotros, sino que también vivió por nosotros. Él vivió la vida que nosotros no podíamos vivir, y luego murió en la cruz del calvario la muerte que nosotros merecíamos morir.
Así que no fue una declaración de amnistía lo que Dios hizo, ni mucho menos rebajar las demandas de Su ley. Dios tiene que castigar el pecado; pero en un acto de amor inconmensurable, Dios el Hijo decidió recibir el castigo Él mismo para poder ofrecer el perdón de todas nuestras transgresiones sin pasar por alto Su justicia (comp. Rom. 3:24-27).
Y ¿cómo puede el pecador recibir de Dios un beneficio tan extraordinario? Eso lo veremos en la próxima entrada, si el Señor lo permite.
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